El estudio
de la construcción del etnosentido del Canto Aymara como conocimiento
alternativo, es un intento de poner en manifiesto la importancia de la lengua
vernácula o lengua madre. Conceptuándola
no solo como un mediador comunicacional, sino como un generador de cultura y “cohesionador de vida”. Es una fuente
no explorada de creativas alternativas en pro de mantener su vigencia. No solo es un deber, sino, es un
“compromiso y responsabilidad socio-cultural”; que merece ser asumido con urgencia por todos los estratos de los
pueblos aymaras.
Actualmente
las lenguas vernáculas en todas sus expresiones no reciben un reconocimiento verdadero
como productoras de conocimiento, en ocasiones son indicadas como expresiones
populares sin mayor trascendencia, por lo que son tipificados solo para un uso doméstico. En ese
sentido, el etnosentido del Canto Aymara como conocimiento alternativo se
encuentra en permanente construcción y re-definición. No solo como un ideal o
un imaginario de la intelectualidad, sino desde el pueblo mismo a través de una permanente “crianza de la vida”.
Por otra
parte, en el distrito de Juli, (Puno) la
“cultura aymara” direcciona su recíproca “crianza de la vida” a través de dos principios morales denominados como el “Ser chuymani y Ser supaya”. Lo primero como personas poseedoras de “conciencia, moral,
corazón, etc.” Y lo segundo como personas carentes de moral, y relacionadas a
una inmadurez de la conciencia. Cualificaciones que no solo están en las
canciones, sino que se encuentran en la cotidianeidad del hombre aymara y que
se manifiestan en ocasiones como un lenguaje metafórico que expresa una
moralidad social.
El
reconocimiento y legitimidad del Canto Aymara como conocimiento alternativo
surge del “pueblo como sujeto diferente”
bajo el sentido de Ser Chuymani, o la práctica del “chuyma”. Por ello busca una
coherencia de vida entre el arte - cotidianeidad e informalidad de sus
músicos, requisitos morales y prácticos para estimar la posibilidad de
construcción de conocimientos alternativos. Que no solo funden su preocupación
en la explicación del mundo y/o entendimiento del mismo; sino, como una forma
de cubrir los vacíos que el conocimiento científico deja en su camino, vacíos
morales y de respeto a la naturaleza.
Por ello, el
estudio y reconocimiento de la lenguas vernáculas responden a la necesidad de
mantenerlas “vigente”; es un intento
también de establecer una “resistencia
y autodeterminación cultural” frente
a la imposición de una “lengua oficial”, y logocentrismos. El uso de una lengua
más que una forma de expresión y comunicación, se convierte en un elemento de
manipulación y poder.
A partir de ello surgen
diferenciaciones dicotómicas como el canto del “misti” frente al canto del
campesino, la voz del pueblo frente a la voz del campo, etc.
En
consecuencia, y reafirmando lo indicado en la primera parte, el estudio
del Canto Aymara como lenguaje, es un puente de comprensión de la sociedad.
Es nuestra historia oral que merece ser reconocida para
expresar que no somos “culturas
sin historia”. Somos pueblos con distintas formas de conservar nuestros legados, somos culturas que podemos
comprender la vida de diversas formas. Y
que es necesario mantener una “resistencia lingüístico- cultural” para
mantener vigente nuestras culturas; para no borrar de nuestras mentes
ese puente de sentidos que nos permite
cohesionarnos con la vida.
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